Desde que se supo que Boca y River se enfrentarían en el partido decisivo de la Copa Libertadores, nada volvió a ser igual. Los medios de comunicación empezaron a hablar de la final del mundo. Muchas personas, con la exageración propia de los argentinos, empezaron a hablar de el final del mundo. Es que parecía que el destino había decidido combinar variables como nunca más se iba a poder combinar: los dos equipos más grandes de Argentina, en el clásico más importante de América y quizás del mundo, enfrentándose en la última versión a dos partidos de la Copa más importante del continente. Costaba pensar qué habría del otro lado de ese abismo llamado “partido de vuelta”. Nada volvería a ser igual.
Solo podría compararse con una final Argentina-Brasil en un mundial, afirmaban algunos. Intentando otras comparaciones, se ponía sobre la mesa un eventual Barcelona-Real Madrid como final de la Champions. No es lo mismo: este es un clásico de barrio, es el clásico de la ciudad, se escuchaba retrucar.
– La CONMEBOL está probando el campo de juego. A las 13 darían una determinación sobre si el partido se juega.
– Bueno, mantenenos al tanto por favor
El sábado 10 de noviembre de 2018 es una fecha que nunca nadie olvidará. Ese día estaba previsto que se jugara el primero de los dos partidos que definirían el fin de la historia y quizás una refundación de todo. A las 7 de la mañana comenzó la tormenta. Se sabía que podía llover, pero las previsiones fueron sobrepasadas rápidamente. El destino, Dios, la Naturaleza o vaya a saber qué o quién se empecinaba con un divismo digno de una fuerza superior. Cuando parecía amainar y los rumores de que el partido -finalmente- se jugaría a las 17 horas como estaba previsto, volvía a caer un chaparrón, cada vez más intenso y largo. Los charcos pronto se hacían ver sobre el verde césped de la Bombonera. Y los comentarios, acusaciones, reproches y especulaciones, llenaban las pantallas de los canales que no tenían nada para decir pero que debían seguir hablando. Se estaba poniendo en vilo el espectáculo más importante y esperado del planeta. José Mourinho estaba en su casa esperando que el partido comenzara. El mismo Pep Guardiola ansiaba ver esa contienda. Los 1400 periodistas acreditados de todo el mundo querían saber si el partido podría garantizarse. Y los hinchas que habían viajado de todas partes de la Argentina y de otros países, si tendrían que cambiar sus pasajes.
– La cancha está drenando bien, pero no para de llover. A esta hora, muchachos, les digo… 14.33, la CONMEBOL está analizando si lo suspende o si lo pasa para las 19 horas. A las 15 horas habría un nuevo comunicado…
– Pero esucuchame, tienen que avisarle a la gente que está ahí esperando y mojándose, si se pueden volver a su casa, y evitar que los que aún no llegaron no se trasladen para nada…
Las incógnitas se sumaban con la confusión, los datos cruzados, las versiones. Los programas de televisión sacaban al aire a meteorólogos que en el Sistema Meteorológico Nacional se agarraban la cabeza y corrían detrás de algún dato certero que la atmósfera les estaba negando. Las previsiones les mostraban que si bien iba a bajar la intensidad en algún momento, no iba a parar de llover en el corto plazo.
– Vos pensá que nuestros pronósticos nos están dando que, en estos días hasta cuando podemos vislumbrar, va a llover más que en tres noviembres habituales sumados.
Las calles de Buenos Aires empezaron a anegarse. A la preocupación por el estado del campo de juego que sumada a la vehemencia habitual de Pablo Pérez daría como resultado casi seguro una fractura del Pity Martínez, se agregaba la dificultad de los hinchas de acceder al estadio o de retirarse de él. Pronto el agua empezó a cubrir los caminos necesarios para que los planteles se trasladaran desde sus concentraciones.
– La CONMEBOL no quiere confirmar que se juega porque maneja la información de que a las 18 volvería a caer muchísima agua y no quiere suspender el partido una vez empezado…
– Pero es una desprolijidad total. ¡Hay que pensar un poco en la gente! Estamos a una hora y media del partido y te digo, sigue lloviendo, sí, pero poco ahora. Yo creo que la cancha ha demostrado drenar bien, se podría jugar…
– Disculpame Martín, pero el plantel de Boca estaba subiendo al micro y les dieron la orden de que se bajaran y volvieran al hotel
– Ah, ah, ah, atención a esto
– La información que se está manejando en la concentración es que la final del mundo no se jugaría a las 17, y quizás tampoco a las 19, pero los jugadores se quedan en el lobby esperando alguna novedad…
No paró de llover. Y efectivamente, a las 18 el clima volvió a arremeter con furia sobre la capital. Para esa hora la propuesta para jugar el partido era al día siguiente, domingo, a las 16 horas.
– Pero escuchame, el pronóstico del tiempo habla de que mañana va a llover tanto como hoy…
El domingo 11 a la mañana se reunieron los presidentes de los clubes y la CONMEBOL. Intervino también la AFA, la FIFA y organismos de seguridad del Estado. Como no había parado de llover, se resolvió suspender la superfinal y trasladarla al martes 13.
– Pero el Servicio Meteorológico Nacional está diciendo que va a llover toda la semana. Yo me pregunto… y te pregunto, vos que estás más cerca de la gente de la organización, ¿para qué ponen una nueva fecha en la que no se va a poder jugar? La gente ya está muy nerviosa.
– Y encima martes 13, parece un chiste… Mirá, lo que me dicen a mi es que por protocolo, no queda otra que posponer el partido y resolver el mismo día a la tarde si las condiciones están para jugarlo
– Está bien, ¿pero cuánto tiempo vamos a estar así?
Los periodistas internacionales ya estaban tensos por la incertidumbre: ¿hasta cuándo sus medios podrían tenerlos allí, simplemente esperando que pare de llover? Los canales deportivos argentinos suspendieron toda su programación para hacer una continuidad que en definitiva trataba acerca de saber si seguiría lloviendo o no. En paralelo, se habían suspendido hasta nuevo aviso los campeonatos de todas las divisiones. No había forma de reprogramar todos los partidos, y suspender solo los que se jugaran en Buenos Aires generaría un desfasaje difícil de compensar.
Las calles de Buenos Aires, cada vez más inundadas. Llovió durante toda esa semana. La esperanza de jugar la superfinal el sábado 17 también se estaba esfumando. Las inmediaciones de la Bombonera estaban intransitables. Vecinos y vecinas salían en botes para ir a conseguir algo de víveres a los negocios del barrio. La tragedia social pronto se hizo insostenible: el agua ingresaba a las casas, arruinando pertenencias de gran cantidad de personas. En otras partes de la ciudad, la situación no era diferente. A barrios que solían inundarse se sumaban esta vez todos y cada uno de los barrios de la ciudad. Los planteles de Boca y River seguían en la concentración, más por dificultad para retornar a sus hogares que por esperanza de que se jugara el partido. Los periodistas internacionales empezaron a irse del país a la segunda semana de reprogramaciones e inundaciones. Como podían, llegaban a Ezeiza a tomarse sus vuelos. El sábado 24 de noviembre, fecha en que los planes iniciales darían el campeón definitivo de la histórica rivalidad, empezaron algunas evacuaciones. La ciudad ofrecía un panorama de caos que ya sumaba falta de provisiones, enfermedades, angustia y miedo: el agua no cesaba de caer y la vida en Buenos Aires, o lo que quedaba de ella, se hacía cada vez más difícil.
– Yo no lo puedo creer. ¿Hace cuánto que estamos con esto? Solo me queda pensar que siempre que llovió, paró, Juan
– Bueno, está bien, pero esta vez parece que no, ¿qué querés que te diga?
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Y un día, no paró. El 10 de noviembre de 2018 es recordado como la fecha en que todo comenzó a terminar. Lo que vino después es recordado por los más viejos y conocido por todos: muy rápidamente la población sobreviviente se reubicó en otras ciudades de Argentina o del exterior. Quienes la conocieron, afirman que Buenos Aires era una ciudad preciosa, pero que tenía sus problemas. Nos quedan millones de documentos audiovisuales y escritos que así lo constatan. Por su parte, la superfinal nunca pudo jugarse. La máxima rivalidad del fútbol argentino no tuvo resolución antes de que Boca y River, los más grandes según cuenta la historia, dejaran de existir.